martes, 26 de abril de 2011

Capítulo 13 La ruta de la madera


Conscientes del peligro, viajábamos de noche y descansábamos de día. Durante el descanso establecíamos guardias. Siempre permanecía despierto uno de los tres.

Comerciábamos con los madereros. No podíamos entrar en ninguna población para adquirir víveres, de modo que los trocábamos por utensilios y herramientas.

Aquellos que trabajan en los bosques, son gente ruda, pero sana. Respetan y gustan ser respetados. Fueron varias las ocasiones en que el carro, debido a lo abrupto del camino, se averió, o se quedó atorado. Pero nunca nos faltó ayuda de estas sanas gentes.

Viajar de noche resulta complicado a pie, desplazando un carro lo es más aun. No se visiona correctamente el terreno y las ruedas suelen ir a parar allá donde menos se desea. Los desmanes eran constantes, unidos a la congoja de ser descubiertos, hacían de este viaje una constante tortura.

Llegado el día estábamos exhaustos. Nos poníamos de acuerdo en los turnos de vigilancia, teniendo en cuenta dedicarle a Roxane el hueco del día, que por lo natural, solía ser el menos arriesgado.

Nadie se extrañaba al ver un campamento gitano, completamente en calma en el transcurso del día. Tampoco extrañaba a nadie vernos viajar en la noche. Los cíngaros siempre estaban rodeados de misterio, trivialidades de esa índole no llamaban la atención.

Los trueques los solía hacer Roxane, en el hueco del día mientras hacía su turno de vigilancia. Las gentes del bosque se acercaban al campamento y mercaban con ella.

Su bella sonrisa obraba milagros o mejor dicho, grandes cambios a nuestro favor.

Teniendo en cuenta que para los cambios siempre ofrecíamos lo mismo. Nuestras existencias eran limitadas y debíamos racionarlas a tenor de lo largo de nuestro viaje.

La madera era clave en el desarrollo y la industria en la época que nos encontrábamos. Todo se construía en base a ésta; Barcos, casas, carros, máquinas, prácticamente todo.

Los leñadores, los arrieros y los camineros, formaban una piña. Era una coexistencia, una simbiosis.

Éstas gentes tan activas en el ámbito forestal y muy visibles en el medio rural, no tenían relevancia en las urbes. Allí se les consideraba metros cuadrados de madera almacenada.

Esto resultaba una ventaja para nosotros, al desenvolvernos entre ellos, pasábamos desapercibidos, a los contactos de Lorena.

Roxane y yo tuvimos mucho tiempo para hablar en aquellas noches de marcha, pero nuestras conversaciones siempre estaban limitadas por la concentración que requería el penoso caminar entre penumbras.

Nos limitábamos a conocernos el uno al otro. Los pensamientos pasionales, los manteníamos alejados para no bajar la guardia hasta que nos sintiéramos más seguros.

Pese a los esfuerzos para contener la pasión, ambos notábamos crecer entre los dos, un sentimiento bello, bello y puro. Era visible en nuestras miradas, nuestras sonrisas de complicidad. La forma en que nos hablábamos. Había que estar muy ciego para no verlo.

Merlín era perfectamente consciente, y colaboraba a menudo a sacarnos de nuestro embelesamiento. Nos asignaba tareas y desviaba conversaciones, con el fin de evitar que desatáramos nuestros sentimientos antes de estar a salvo.

Solía decirnos que en Suiza las gentes eran menos herméticas, que el poder de Lorena se basaba en la superchería de los soberanos y gobernantes, algo de lo que carecían los gobernantes helvéticos. Éstos solo creían en el oro.

Estábamos llegando a Milán. Allí Merlín tenía una serie de contactos. Llevábamos oro y piedras preciosas ocultas en el carro. Las usaríamos para comprar más víveres y herramientas.

En este tramo del viaje las herramientas habían jugado un papel más relevante como elemento de trueque, que para la finalidad suya propia.

Al principio del viaje, llevábamos suficientes herramientas para solucionar la práctica totalidad de eventualidades que pudieran surgir.

Ahora con cualquier contratiempo que surgía, necesitábamos ayuda, pero como ya he explicado, aquellos que viven en los caminos suelen decir “Todos somos arrieros y en el camino nos encontraremos” con estas palabras se excusaba cualquier ayuda.

La cercanía a Milán volvía a inquietar a Merlín. Esta ciudad era la más importante del norte y era muy religiosa, por lo tanto estaba plagada de sectarios de Lorena. Nuestra ventaja seguía en pie, o al menos eso esperábamos.

Probablemente tras la frustrada búsqueda en Livorno, ahora nos buscaría en el sur de Francia. Era impensable que cruzáramos Europa.

En Milán habríamos de ser muy cautelosos, si nos descubrían, aunque huyéramos, ella nos podría esperar en el norte de Francia.

Ya recorríamos las afueras de Milán y veíamos la misma triste estampa que viéramos saliendo de Florencia. Avanzando a toda prisa a penas me fijé, pero ahora que nos movíamos despacio para no llamar la atención, lo pude ver en detalle.

1 comentario:

  1. Que suspenso..Espero seguir leyendote. Espero con ansia el proximo capitulo. Judith

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