miércoles, 20 de abril de 2011

Capítulo 8 Roxane

El silencio de la noche se quebró ante una cadencia de crujidos, golpes, y el sonido de una esquila.

Me asomé a la ventana. En la calle se movía un carro tirado por bueyes. Junto a él un alguacil y un monje con el hábito de la inquisición.

Dentro del carro rodeada de barrotes había una bellísima mujer. Su piel brillaba a la luz de la luna, blanca como el marfil. Su cabello largo y negro como la antracita, tan brillante que en ocasiones parecía blanco. Sus ojos dos mundos en los que me perdí, eran de un gris azulado. De inmediato supe su destino.

¡No! No podía permitir que acabase en la hoguera.

Apenas alcancé a vestirme mientras corría hacia la puerta.

A mi paso se cruzó uno de los enormes lacayos de Leonardo.

Le dije que me siguiera, que me ayudara.

-¿Qué es lo que necesita el señor? ¿Qué le tiene tan alterado?

-Hay que salvarla, se la lleva la inquisición.

-Pero señor. Eso es muy peligroso. Nos arriesgamos a una muerte horrible.

-No importa. No podemos permitirlo.

-Si tanto le importa le ayudaré de buen grado, ya hace tiempo que tengo que ajustar cuentas con el maldito alguacil.

El carro iba dando rodeos buscando el ancho y el firme adecuado para desplazarse. Nosotros atajábamos por las callejuelas.

-¡Por aquí señor! Conozco el lugar ideal para la emboscada.

Era una calle sumida en la más absoluta oscuridad. Si estaba a oscuras era porque no había vecinos que reclamaran luz. No habría testigos.

-Usted ocúpese del inquisidor, el otro bastardo es cosa mía.

Creo que me precipité. Me abalancé sobre el monje, el cual zafándose de parte del hábito se me escabulló. Corría como alma que lleva el diablo, gritando como un poseso:

-¡Socorro! ¡Favor! ¡A mi! ¡Los demonios vienen a liberar a la bruja!

El alguacil se encaró a mí y echo mano al estoque, pero no tuvo tiempo a desenvainar. Desde detrás recibió un brutal manotazo A un lado de la cabeza. Salió volando literalmente a casi tres metros de distancia. No se que era mayor en el lacayo, la fuerza o el odio que sentía por el alguacil.

Cuando lo golpeó pude oír el crujido de su cuello. Corrí hacia el y le tomé el pulso. Estaba muerto, le quité las llaves, abrí la celda del carro.

Nunca olvidaré su mirada; llena de luz, de esperanza. Preso de ella era yo ahora. La voz del lacayo me sacó del trance:

-¡Rápido señor! Hay que desaparecer. El inquisidor no tardará en volver con más hombres.

Corrimos desesperadamente hasta la casa de Leonardo, el se encontraba despierto trabajando en su taller junto con Merlín.

Al oírnos entrar se precipitaron a nuestro encuentro y comenzaron las preguntas:

-¿De donde venís a estas horas? (Dijo Leonardo).

-Señor, tuve que ayudar al señor Víctor. (Contestó el Lacayo).

-No os culpéis, si hay un culpable, soy yo. (Añadí yo).

-¿Quién es ella? (Puntualizo Merlín).

-Me llamo Roxane.

Todos nos quedamos mudos, su voz era la más bella melodía. No puedo explicar lo que sentía por ella. Cada vez que miraba sus ojos, veía el cielo. Era increíble, acaso me estaba enamorando. Una nueva voz me bajó de la nube.

-Creo que tenéis algo que contar. (Exclamó Leonardo).

-Ella estaba presa de la inquisición, yo la liberé.

-No puedo culparos de habernos puesto en un aprieto, el final que le esperaba era demasiado horrible como para permitirlo. (Me excusó Leonardo).

-Nadie escapa a la inquisición, tendrá que partir con nosotros.

(Dijo Merlín).

-Ir con ustedes ¿A dónde? (Preguntó Roxane).

-Antes de contestar a sus preguntas, debería decirnos algo más que su nombre. (Aseveró Leonardo).

-Me llamo Roxane, natural de Nápoles, pertenezco a la familia Atienza de rancio abolengo. Mi padre perdió toda su fortuna, cinco galeones hundidos en la ruta de las indias.

Su única esperanza era casarme con alguien rico que pagase las deudas y así pudiesen recuperar su posición.

Pero aquél con quien me casaron, era un ser despreciable que me odiaba por ser más culta que él. Tan solo le atrajo mi aspecto físico. Aceptó el enlace con solo mirar mi retrato.

En la primera conversación que tuvimos en el banquete de boda ya empezó a odiarme.

Me trajo a Florencia con la intención de dominarme y hacerme ver una ignorante ante él. No pudo y me denunció a la inquisición.

-Desgraciadamente eso ocurre a menudo. (Argumentó Leonardo)

-Ha sido así y será. (Añadió Merlín).

-Por los siglos de los siglos. (Sentencié yo).

Merlín nos miró a los allí presentes y dijo:

-Creo que podemos confiarla el secreto. Ella aquí está muerta, su única esperanza somos nosotros.

Se que lo que le voy a contar es difícil de creer pero no tardará en comprobar que es cierto.

Tras contarle toda la verdad ella se quedó mucho más blanca de lo que ya era.

Era una persona culta y era evidente que se resistía a creerlo, pero sabiendo que éramos su única esperanza, cuando menos nos tenía que dar la razón del loco.

Yo por mi parte comenzaba a ver una nueva razón para mi existir, que estaba extinto años antes de comenzar mi extraño viaje.

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