jueves, 14 de abril de 2011

Capítulo 4 La llegada del viajero




-¡Ya esta aquí! ¡Ya ha llegado el viajero! (le dijo el lacayo a Leonardo)

- Calma, calma. ¿Seguisteis mis instrucciones?

- Así como lo dispuso usted señor. El viajero le aguarda en la biblioteca.

Me hallaba yo en la biblioteca repasando los escritos del genio. No tenía el más mínimo inconveniente en ojearlos, pues él mismo los puso a mi disposición, y su encriptada escritura tampoco era impedimento, porque el mismo me había descifrado el arcano.

No sabría decir que me extasiaba más, poder ver la totalidad de sus escritos, incluidos los que se habían perdido a lo largo de los siglos o el olor de la tinta fresca.

Enfrascado en la lectura no me percaté de su presencia, hasta que él de modo deliberado, cerró tras de si la puerta haciendo ruido con ésta para llamar así mi atención.

Levanté la vista y ahí estaba. Una figura de considerable estatura, pelo cano, profusa barba de unas dos pulgadas de longitud. Aun siendo bastante larga. Por las descripciones de los cuentos artúricos, me la imaginaba mas larga aun.

- Buenos días gentil hombre. Por los escritos que está ojeando, yo diría que el maestro, tiene una gran confianza en usted (dijo Merlín)

- Dice usted bien. La tiene hasta el punto de haber salvado mi vida y alojarme en su casa como parte de ella.

- Por su extraño acento... Intuyo su procedencia, y creo que es similar a la mía.

- Por el de usted diría yo, que es el viajero que tanto esperábamos.

- Hay una parte de esta historia que ignoro, y parece ser que usted tiene en conocimiento, sería tan amable de compartirlo conmigo.

- No será necesario, yo os la contaré. (dijo Leonardo, que acababa de aparecer)

- Podéis empezar amigo mío, estoy intrigado. (dijo Merlín)

- Traed vino y vianda, recibamos a mi amigo, con la hospitalidad debida a un hermano. (dijo Leonardo a sus lacayos)

Nos sentamos a la mesa que había en un cuarto contiguo, y Leonardo comenzó a relatarle paso a paso mi periplo, ante el asombro del tan insigne personaje. Quien al final del relato comentó:

- Raro es que aun estéis con vida amigo Víctor. Vuestra forma de viajar no fue precisamente ortodoxa.

- No fue mi voluntad, creedme.

- Siempre hay voluntad en estos viajes, en vuestro caso pudo ser obra de vuestro subconsciente. Os aseguro que sin voluntad no se viaja en ese plano. (Corrigió Merlín)

- Hubo suerte, está vivo, y aparentemente recuperado. ¿Creéis que pueda haber sufrido algún daño más? (Preguntó no exento de preocupación Leonardo)

- No lo creo. La queratina tal y como observó Leonardo es tejido muerto al igual que el tejido óseo de los dientes. Su esqueleto sí viajó, por estar recubierto de tejido vivo. En el momento del desplazamiento, el asombro debió dejarle boquiabierto, exponiendo su dentadura que no viajó con usted. No descarto otros posibles daños, pero no os alarméis, se puede solucionar, lo haremos más adelante. Si ha vivido sin problema todos estos meses, no hay motivo de alarma ni de premura.

No os podéis imaginar, lo mucho que me tranquilizaron las palabras de Merlín, viniendo de alguien que había viajado tanto como él. Eran de un peso indiscutible.

Entre sonrisas, abrazos y jocosos comentarios, dimos buena cuenta de las viandas, y del vino. Que debó confesar que me embriagó bastante, pecado que me justifico, por mi debilidad por el buen vino como el de Cebreros, y es que el vino italiano es vino de palabras mayúsculas.

Merlín era un hombre extremadamente paciente, supongo que se sabía poseedor de todo el tiempo del mundo. Yo en todo momento esperaba que dijera, “vallamos a ver los espejos”. Pero no, el decía “exquisito este cordero” “delicioso este queso” “os he echado mucho de menos amigo” “que rico este vino”. De los espejos no pronunció palabra.

- ¿Os he echado mucho de menos? No se supone que os desplazáis en el tiempo, amigo Merlín. (Le pregunté un tanto extrañado)

- Amigo Víctor, viajar en el tiempo a menudo consigue que éste se dilate hasta la más desesperante eternidad.

- Pero si podéis volver al pasado en el momento que deseéis…(añadió Leonardo)

- Volver al pasado una y otra vez, implica vivirlo. Aunque el reloj del tiempo permanezca inalterado, la mente lo siente y en ella permanece intacto. Ésta no sólo se enriquece de las vivencias, envejece al igual que el cuerpo.

Ya embriagados, nuestro destino no fue otro que el lecho. Tanto Merlín como yo necesitamos ayuda para llegar hasta éste. Leonardo bien conocía sus bodegas y fue más comedido, aunque también se le notaba por lo eufórico, que su alma le cantaba coreada por la melodía etílica.

Desperté inmerso en una dolorosa nube. Al levantar la cabeza, la noté pesada como el plomo.

Miré lentamente en derredor. Si dirigía mi vista con más rapidez me mareaba, y ésta se me nublaba.

Todo estaba como siempre. En la mesita de noche, había un vaso de agua con una tacita que contenía un polvo blanco que identifiqué de inmediato como bicarbonato.

Cogí una cucharita que había junto a la taza y vertí una pequeña cantidad del polvo. Mientras lo mezclaba en el agua, y absorto miraba la efervescencia. Pensaba para mí; “que extraño desayuno”

Me vestí y bajé a la cocina, guiado por un extraño vacío en el estómago. Mientras comía algo de queso fresco y pan tierno, un lacayo me dijo:

- Los señores están en la sala de los espejos.

Dejé todo y salí precipitadamente hacia allí, y me los encontré charlando tranquilamente.

- Buenos días, ¿os hizo efecto el bicarbonato? (dijo Leonardo)

- Ya se sabe… “Noches de vino y rosas” (dijo Merlín)

- “Mañanas de bicarbonato” (Agregué yo)

- No entiendo de que habláis (Puntualizó Leonardo)

- No tiene importancia, tan solo son frases usuales (dijo Merlín)

- Veo que os enseñó su gran obra Leonardo.

- Así es, y debo deciros que cumplió mi encargo al detalle. Vuestra presencia es una prueba clara, de que el invento funciona.

- ¿Entonces empezaremos el proceso de mi regreso? (dije impaciente)

- Tranquilo amigo Víctor, antes de mandaros de vuelta, me gustaría intercambiar impresiones con vos. Leonardo ha tenido ocasión de ello, no me privéis de ésta a mí. Os ruego paciencia, pero si ésta se os ha agotado, no os torturaré más, comenzaremos de inmediato.

- Siento ser tan impaciente, tenéis razón, acabáis de llegar, y ya quiero despediros. Mi necesidad de conoceros, esta muy por encima de mi impaciencia. Estaré aquí el tiempo que haga falta.

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