martes, 14 de junio de 2011

Capítulo 26 El canal de la mancha


Materializándose de la nada surgió ante nosotros una alta figura vestida totalmente de negro con un gran tocado de plumas en el sombrero y una especie de báculo que para nada precisaba de su apoyo.

El sujeto se dirigió directamente a René susurrándole en un tono imperceptible y señalándonos con una mirada helada.

Instintivamente Merlín tocó el pomo de su pistolón y uno de los hombres que nos escoltó le sujeto suavemente el antebrazo extendiendo su otra mano en señal de calma, discretamente le dijo:

-No se preocupe señor. Es el alguacil del puerto, trabaja con y para nosotros.

René se giró sobre sus talones y acercándose a nosotros nos dijo:

-Les ruego que suban a sus camarotes de inmediato. No me hagan preguntas, recibirán respuesta a todas su preguntas cuando zarpemos. ¡Rápido Antoine! ¡Llévalos a sus camarotes!

Subimos apresuradamente al barco, René continuó hablando con el alguacil.

Esta fue su conversación:

-Cuidaros René, la orden de su captura viene de muy arriba, de personajes que ni tan siquiera había oído nombrar.

-Gracias por advertirme, os debo una. Éstos o quienes traslado a la gran isla no son personajes cualquiera, bien sabía yo que eran importantes. Es algo más que mi palabra lo que impuse, son íntimos de nuestro mecenas, el muy noble Hubertus.

-¿Hubertus? No cabe duda de su importancia. Os conseguiré todo el tiempo posible, desviaré la atención aun siendo mi cuello el que esté en juego.

-Gracias amigo mío, cuidaros, sed cauto.

-Por vos y por Hubertus hago lo que sea, sabéis que podéis contar conmigo. Partid cuanto antes.

No era la intención de René el embarcar con nosotros rumbo a Dover pero tras la conversación con el alguacil ya no confiaba ni en sus hombres.

Nos encontrábamos todos en el camarote del capitán, allí nos acomodó el mismo que no era otro que el “Antonie” a quien requiriera René, no le desobedeció, tan sólo se hizo cargo ante nuestra negativa de separarnos sin darnos respuestas.

Se oían las voces de soltar las amarras cuando René entró en el camarote y comenzó a ponernos al día:

-Amigos míos estamos en peligro, alguien muy poderoso os persigue. Os ruego disculpas por lo abrupto del embarque, pero no era prudente que os vieran.

-Nos hacemos cargo y huelgan vuestras disculpas, sabemos del enemigo que nos acecha y toda precaución es poca. Lleva una eternidad persiguiéndome y ahora es a mis amigos a los que hostiga, lamento profundamente que seáis ahora perseguidos por ella.

-No os sintáis culpable Merlín, es lógico que semejante personaje os odie, le hiciste frente y eso os honra, Roxane y yo estamos con vos hasta el final.

-Creía que era a Roxane a quien perseguían. No me importa, os defenderé igualmente con mi vida, di mi palabra.

-La historia es larga y compleja y os pondría aún más en peligro el conocerla, sólo puedo deciros que es a mí a quien persigue, a mí y a quien me acompaña.

-Como ya dije en su momento, no necesito explicaciones ni haré preguntas. Acomódense en sus camarotes y ruego al cielo que no tengamos contratiempos.

Apenas había transcurrido una dos o tres horas cuando oímos un gran estruendo y un brutal impacto estremeció la nave, arriba en la cubierta se oían voces:

-¡Nos atacan!

-¡Rápido, a las armas!

-¡Nos han alcanzado a babor!

Tomé de la mano a Roxane y salimos del camarote en el mismo instante que salía Merlín con Alex en sus brazos.

Alex lloraba aterrado con las manos en los oídos, Merlín lo pasó a los brazos de Roxane.

-Rápido Roxane, entrad en este camarote, Víctor y yo subiremos a cubierta para repeler el ataque.

A mi izquierda había un enorme boquete de un metro por un metro y medio aproximadamente, podía verse el mar, incluso el barco que nos había disparado la andanada, éste estaba muy cerca, se nos echaba encima.

Arriba en la cubierta aguardaban todos armados. A una seña de Antoine nos dieron un sable a Merlín y otro a mí.

El barco nos envistió por el costado izquierdo con un gran estruendo, todo se tambaleó, de no estar aferrados hubiésemos rodado por la cubierta.

Volaron los garfios y arrancaron algunos objetos de la cubierta, otros aferraron firmemente, nuestros hombres intentaban cortar sus cuerdas a sablazos.

Una docena de rufianes abordaron a nuestra nave, René se precipito al que por su atuendo parecía al mando, Merlín y yo nos limitamos a defendernos de aquellos que nos atacaban.

Antonine era un espadachín consumado, uno tras otro tumbó a cuatro rufianes. En virtud de nuestra fuerte resistencia comenzaron a replegarse.

Aprovechando el desequilibrio de un envite de su adversario, René dio una estocada mortal al que parecía comandar a los bellacos, viendo caer a su cabecilla todos huyeron como ratas.

El buque del enemigo comenzó a separarse mostrando su popa a nuestro costado izquierdo.

-¡Esta es la nuestra! ¡A los cañones! (Ordenó Antoine)

Los hombres prepararon los dos cañones de babor.

-¡Atentos a mi orden!

Antoine aguardaba la distancia de fuego.

-¡Fuego!

¡Braaaaaaaaauuuuuuuummmmmmm!

Los dos cañones dispararon al unísono, haciendo un blanco perfecto, volando la santa Bárbara del barco enemigo que al fin estaba reducido a astillas que flotaban humeantes.

Merlín y yo corrimos hacia el camarote y nos abrazamos a Roxane y Alex. Subimos a cubierta donde René nos explicaba la situación.

-El alguacil me advirtió que tuviésemos cuidado, algo habría intuido o husmeado. Estos hombres eran mercenarios, les conozco, alguna vez les he pagado yo mismo. Trabajan solos, seguramente buscaban alguna recompensa, nadie vendrá en su apoyo por lo cual pienso que el resto de la travesía será tranquila.

René no se equivocó, el resto del viaje fue tranquilo salvo los improperios que lanzó nuestro amigo el contrabandista y armador sobre el boquete en el casco de su nave.

-No se preocupe señor, mientras yo capitanee su nave jamás se la hundirán, además que fue más grande el boquete que le hicimos al barco de esos malnacidos.

Ja, ja , ja, ja ,ja (René y Antoine reían al unísono)

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